Es nuestra manera de vivir y celebrar la vida. La música, la
sexualidad, la mezcla de razas, la espiritualidad de una sociedad que
convive con los límites de la religión», así describe la modelo
brasilera Camila Alves el atractivo que convierte a sus compatriotas en
las mujeres más deseadas del planeta. Su belleza racial y su cercanía
son subyugantes. «¿Entras?», pregunta mientras, descalza y vestida con
un traje de noche largo, abre la puerta de su suite. Ha venido a
Barcelona para asistir al desfile de Pronovias. «Fue uno de los nombres
que barajé cuando buscaba mi vestido de boda [en 2012]». Finalmente
eligió otro. «Lo diseñó una amiga de la familia [Ducarmo Castelo
Branco], que me conoce desde que era una niña. La lástima es que no
tengo ninguna foto decente de aquel día en la que se aprecien los
bordados».
Escoger el vestido que llevó a la última edición de los Oscar fue más difícil que elegir el de su boda. Aquella noche, su marido, Matthew McConaughey, se llevó la estatuilla a mejor actor por Dallas Buyers Club.
¡Sin duda! Cuando te casas, te vistes para vivir una ceremonia que es solo entre tú y él. Quieres que, cuando te vea, se quede boquiabierto; y no con cara de «qué narices te has puesto». En la alfombra roja, las reglas del juego cambian. Es su momento. Todas las miradas deben centrarse en él. Es una cuestión de respeto. De alguna manera, yo tengo que pasar a un segundo plano.
Él sorprendió con un esmoquin de Dolce & Gabbana con chaqueta marfil; y usted, con un vestido rosa empolvado de Gabriela Cadena. ¿Comparten estilista?
No, pero hablan entre ellas para asegurarse de que vamos coordinados. Un día no lo hicimos y fue un desastre. Recuerdo que ambos estábamos de viaje; y él apareció con un traje verde y yo con un vestido rojo. ¡Parecíamos un árbol de Navidad! Desde entonces, trabajamos en equipo.
¿Quién se adapta al look del otro?
Yo, siempre. Él es el actor; así que él escoge primero qué ponerse. Para los Oscar, esbozamos muchos bocetos entre la diseñadora [Cadena], mi estilista [Charlene Roxborough] y yo. Y apenas unos días antes, decidimos cambiar el color de todo –que en principio iba a ser nude–. Así que tuvieron que teñir a mano el vestido, los zapatos, el clutch… E incluso cambiar los diamantes de las joyas para que las piedras fueran a juego con el vestido.
Fuera de la alfombra, su estilo es mucho más relajado, acorde a su vida, a caballo entre Malibú (California) y Austin (Texas), que se ha convertido en la ciudad de moda.
Más allá de los estereotipos –denim, sombreros cowboy, barras y estrellas–, Austin es la ciudad más liberal de un Estado conservador. Es una urbe en la que artistas, chefs y músicos están transformando la escena cultural. Allí se celebran festivales como XSXW, ACL… Y aunque no siguen las tendencias, hay gente muy cool y muy auténtica.
Su vida podría ser un guión de Hollywood. Llegó a Los Ángeles con 15 años para visitar a su tía y acabó protagonizando el sueño americano.
No fue fácil. No hablaba ni una palabra de inglés. Y antes de ser modelo, tuve que limpiar casas, trabajar de camarera… Vengo de una buena familia de Brasil, pero la idea de llamar a mi padre para que me enviara dinero cada mes no entraba en mis planes. Así que hice lo que pude para pagar las facturas.
¿Cuándo cambió su suerte?
Cuando fui a Nueva York y vi una de mis campañas [para Jockey]en una valla publicitaria en Times Square. Aquel día pensé: «Por fin estamos trabajando de verdad».
Hoy tiene su propia colección de bolsos, Muxo, que ha lanzado junto con su madre. ¿De quién fue la idea?
Si estuviera aquí, ella seguro daría una versión distinta; pero yo te voy a contar la mía. Mi mamá es una artista. En Brasil, siempre había trabajado en el mundo del diseño. Y ahora que vive en Estados Unidos, quería darle un empujón para que empezara de nuevo en algo que sé que de verdad le gusta.
Tiene tres hijos: Levi (cumplirá seis años el día 7), Vida (de cuatro) y Livingston (de un año). ¿Cómo lleva la conciliación?
Sigo aprendiendo. No somos una familia con horario de oficina. Viajamos mucho y los niños vienen con nosotros. Nuestro lema es: «El jet-lag, en la mochila». Es más enriquecedor pasar tres días en España que quedarse en Estados Unidos.
Escoger el vestido que llevó a la última edición de los Oscar fue más difícil que elegir el de su boda. Aquella noche, su marido, Matthew McConaughey, se llevó la estatuilla a mejor actor por Dallas Buyers Club.
¡Sin duda! Cuando te casas, te vistes para vivir una ceremonia que es solo entre tú y él. Quieres que, cuando te vea, se quede boquiabierto; y no con cara de «qué narices te has puesto». En la alfombra roja, las reglas del juego cambian. Es su momento. Todas las miradas deben centrarse en él. Es una cuestión de respeto. De alguna manera, yo tengo que pasar a un segundo plano.
Él sorprendió con un esmoquin de Dolce & Gabbana con chaqueta marfil; y usted, con un vestido rosa empolvado de Gabriela Cadena. ¿Comparten estilista?
No, pero hablan entre ellas para asegurarse de que vamos coordinados. Un día no lo hicimos y fue un desastre. Recuerdo que ambos estábamos de viaje; y él apareció con un traje verde y yo con un vestido rojo. ¡Parecíamos un árbol de Navidad! Desde entonces, trabajamos en equipo.
¿Quién se adapta al look del otro?
Yo, siempre. Él es el actor; así que él escoge primero qué ponerse. Para los Oscar, esbozamos muchos bocetos entre la diseñadora [Cadena], mi estilista [Charlene Roxborough] y yo. Y apenas unos días antes, decidimos cambiar el color de todo –que en principio iba a ser nude–. Así que tuvieron que teñir a mano el vestido, los zapatos, el clutch… E incluso cambiar los diamantes de las joyas para que las piedras fueran a juego con el vestido.
Fuera de la alfombra, su estilo es mucho más relajado, acorde a su vida, a caballo entre Malibú (California) y Austin (Texas), que se ha convertido en la ciudad de moda.
Más allá de los estereotipos –denim, sombreros cowboy, barras y estrellas–, Austin es la ciudad más liberal de un Estado conservador. Es una urbe en la que artistas, chefs y músicos están transformando la escena cultural. Allí se celebran festivales como XSXW, ACL… Y aunque no siguen las tendencias, hay gente muy cool y muy auténtica.
Su vida podría ser un guión de Hollywood. Llegó a Los Ángeles con 15 años para visitar a su tía y acabó protagonizando el sueño americano.
No fue fácil. No hablaba ni una palabra de inglés. Y antes de ser modelo, tuve que limpiar casas, trabajar de camarera… Vengo de una buena familia de Brasil, pero la idea de llamar a mi padre para que me enviara dinero cada mes no entraba en mis planes. Así que hice lo que pude para pagar las facturas.
¿Cuándo cambió su suerte?
Cuando fui a Nueva York y vi una de mis campañas [para Jockey]en una valla publicitaria en Times Square. Aquel día pensé: «Por fin estamos trabajando de verdad».
Hoy tiene su propia colección de bolsos, Muxo, que ha lanzado junto con su madre. ¿De quién fue la idea?
Si estuviera aquí, ella seguro daría una versión distinta; pero yo te voy a contar la mía. Mi mamá es una artista. En Brasil, siempre había trabajado en el mundo del diseño. Y ahora que vive en Estados Unidos, quería darle un empujón para que empezara de nuevo en algo que sé que de verdad le gusta.
Tiene tres hijos: Levi (cumplirá seis años el día 7), Vida (de cuatro) y Livingston (de un año). ¿Cómo lleva la conciliación?
Sigo aprendiendo. No somos una familia con horario de oficina. Viajamos mucho y los niños vienen con nosotros. Nuestro lema es: «El jet-lag, en la mochila». Es más enriquecedor pasar tres días en España que quedarse en Estados Unidos.
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